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Nos llamaron salvajes

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Par Laurence Gagnon

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14 junio 2023

Foto por  Laurence Gagnon

Dominique Rankin es un Anciano de la Nación Anichinabe (o Algonquina), de la que es también una importante figura espiritual. Sus memorias relatan no sólo su largo proceso de curación y aceptación, sino también la necesidad de que la humanidad vuelva a conectar con la naturaleza de un modo espiritual.

Nos llamaron salvajes (On nous appelait les Sauvages) narra las grandes etapas de la vida de Dominique Rankin, siguiendo el hilo del relato ancestral de los Siete Fuegos. En forma de profecías, relata los momentos clave de la historia de los Primeros Pueblos: su llegada a la Isla de la Tortuga (América), la aparición de las prácticas tradicionales y la llegada de los “rostros blancos” que desequilibran la balanza, entre otras cosas. Luego viene un Octavo Fuego, que mira hacia el futuro y trae la esperanza de un retorno a la armonía a través de la reconciliación, el perdón y la curación. Dominique expresa su confianza y admiración por las jóvenes generaciones y su papel en este proceso.

 

Aceptar para encontrar la paz

 

Originario de los bosques de Abitibi, Dominique Rankin pasó allí gran parte de su infancia. Al crecer, vivió los principales traumas que sufrieron las naciones aborígenes en el siglo XX: la sedentarización forzosa, la privatización de los territorios de caza ancestrales, la deforestación, la segregación y el desarraigo de los niños durante su estancia forzosa en internados. De adulto, debe asumir sus heridas y reencontrarse con sus orígenes mientras le enseñan a convertirse en hombre medicina (guardián de los conocimientos ancestrales) y luego en Anciano de la Nación Anichinabe.

Al comienzo de la narración, Dominique está a punto de dar el último paso de su viaje. Sentado en una plataforma encaramada a un árbol, solo en medio del bosque, con la savia de las piñas y el agua de lluvia como único alimento, repasa toda su vida y las heridas que tardan en sanar.

Los traumas sufridos por Dominique tienen su origen en una ruptura entre él y sus orígenes. Leyendo sus memorias, comprendemos plenamente el significado de la horrible frase asociada a los internados: “Matar al indio en el corazón del niño”. Física, psicológica y simbólicamente, Dominique es despojado de sus tradiciones, su lengua, sus creencias espirituales y su sentido de pertenencia; es destruido como persona de modo que ya no tiene capacidad para resistir a la asimilación. Así es como se amplía la brecha generacional: los niños de los internados, condicionados por el miedo, se niegan a practicar su cultura o a hablar su lengua, mientras que sus padres hablan poco o nada la lengua del colonizador. Y como los ancianos son los depositarios de los conocimientos ancestrales, éstos ya no pueden transmitirse correctamente.

Así que fue volviendo a la tradición como Dominique comenzó su proceso de curación. La filosofía anichinabe aboga por la aceptación y la reconciliación en lugar del castigo. Los Ancianos ayudaron a Dominique a aceptar lo que le había ocurrido, en lugar de buscar culpables. Esto le permite volver a entrar en contacto con el concepto tradicional del ser humano: todos estamos formados por cuerpo, corazón y mente, y cuando uno de estos elementos se desequilibra, todo nuestro ser sufre las consecuencias. Así es como los anichinabe conciben la medicina, y es siguiendo esta filosofía como Dominique aprenderá. A través de la aceptación, el perdón y el soltar, aporta a su cuerpo los beneficios de una mente sana y un corazón en paz.

 

Un vínculo espiritual con la naturaleza

 

De las memorias de Dominique se desprende también el fuerte vínculo entre naturaleza y espiritualidad, especialmente visible en el lenguaje. Todo ser vivo es ante todo un espíritu, y la lengua anichinabe se desarrolló en consonancia con este concepto: pronunciar el nombre de un animal significa mantener un vínculo espiritual con él. La relación entre el hombre y la naturaleza también influye en la forma de cazar de los anichinabe: no matan a un animal, sino que le piden que renuncie a su vida. Todas las partes del animal se rescatan y deben utilizarse, por respeto a su sacrificio. De este modo, la naturaleza proporciona alimento a los humanos y, a cambio, los humanos prolongan la vida del animal dando una segunda vida a su cuerpo: es el animal el que alimenta a una familia con su carne, o mantiene caliente a una persona con su piel, curtida y convertida en ropa.

Los anichinabe consideran al ser humano parte de la naturaleza, del mismo modo que cualquier otro ser vivo. De este modo, no ven el territorio como una posesión; la Tierra no pertenece a los humanos, son los humanos los que pertenecen a la Tierra. En este sentido, Dominique da la voz de alarma sobre lo que está suponiendo para el planeta la ruptura del vínculo espiritual y de la relación dialógica entre las sociedades humanas y la naturaleza:

 

El ser humano es un eslabón de la cadena. Será imposible sanar la Tierra y a sus habitantes mientras permanezcamos fuera del círculo. Debemos pasar por nuestra propia sanación interior antes de poder sanar a los demás y al planeta. No se puede tener lo uno sin lo otro.

(p. 149)

 

Al igual que la visión anichinabe del ser humano, la visión de la naturaleza es global: el ser humano forma parte de la Tierra, y si ésta sufre un desequilibrio, como cualquier ser vivo, el ser humano sufrirá las consecuencias.

Publicado hace más de diez años, Nos llamaron salvajes (On nous appelait les Sauvages) sigue siendo sorprendentemente pertinente y universal. A través de sus memorias, Dominique Rankin arroja luz sobre los daños irreparables sufridos por las Primeras Naciones, pero muestra esperanza y admiración por las nuevas generaciones, que trabajan para reconstruir los vínculos rotos con sus mayores, sus conocimientos ancestrales, su lengua y, por extensión, su territorio. También muestra la importancia de la armonía y el equilibrio en todas sus formas, a nivel espiritual, social y medioambiental. Este testimonio de gran importancia histórica, cultural y espiritual está lleno de lecciones y esperanza para un futuro que puede parecer muy sombrío. La solución a los desequilibrios sociales y ecológicos está ante nosotros; queda por ver si tendremos el valor de adoptarla.

Nous llamaron salvajes (On nous appelait les Sauvages) fue redactado conjuntamente por Dominique Rankin y la periodista Marie-Josée Tardif y publicado por Le jour. Es su única publicación conjunta.

 

ACERCA DE LAURENCE GAGNON

A Laurence siempre le ha apasionado la literatura. Maestra en lengua y literatura francesas por la Universidad McGill, le interesa lo que los textos literarios pueden decir sobre el ser humano y su relación con el mundo. Curiosa por naturaleza, Laurence disfruta aprendiendo sobre diferentes culturas, su modo de ver la espiritualidad y sus relaciones con la comunidad. Sus pasatiempos van desde caminar por el bosque hasta el cine japonés, la literatura de las Primeras Naciones y la música clásica.

 

Las opiniones expresadas en los textos son de los autores. No pretenden reflejar las opiniones de la Fundación Padre-Menard. Todos los textos publicados están protegidos por derechos de autor.

 

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